Olor a limpio
Se llama Robert B. Pattison y trabaja en una de las oficinas de Softcorp en el oeste de la ciudad de Chicago en Armitage Avenue.
Todos los días, de lunes a viernes, entra a las 7:35 de la mañana en la cafetería Marianao II, desayuna un café con leche templada, tostadas untadas de mantequilla y mermelada de ciruela y para acabar un revitalizante zumo de naranja. A las 8:01 entra por la puerta de la oficina armado con una sonrisa de oreja a oreja, saluda a Phill y a la preciosa Sussie y entra en su despacho para preparar su día de trabajo. Hoy tiene que verse con la señora Madison, está con el agua al cuello desde que detuvieron a su marido por no sé que tipo de asuntos turbios.
Robert es un hombre de hábitos. Por las mañanas antes de ir a trabajar siempre sale a correr un poco, después llega a casa para darse una ducha. Mientras se lava la cabeza, con su champú con extractos de aloe vera, hace un repaso mental a su agenda del día. En su trabajo no se distrae, aunque siempre saca tiempo para escribir algún poema y mandárselo a sus compañeros. Le gusta ir a la biblioteca los miércoles para buscar algún libro interesante y coger dos o tres películas para verlas por la noche. Y los viernes sale a cenar con sus colegas. Le encanta la cocina y los sábados acude a un curso de cocina mediterránea, todo lo mediterráneo que puede ser un curso de cocina en la ciudad del crimen.
Se podría decir que tiene la vida resuelta, todo bien atado. Pero lo que hace de Robert B. Pattison una persona especial es el amor por su trabajo. Adora lo que hace. Saborea cada minuto que pasa en su puesto, le gusta ayudar a la gente en su trabajo y eso le crea una gran satisfacción personal. Incluso se dice que en una ocasión pagó la deuda que tenía una mujer ya anciana, para que pudiera ir devolviéndoselo poco a poco. A los pocos meses la señora falleció y el perdió su dinero, ya que los hijos de la anciana no estaban dispuestos a pagar nada en absoluto a cambio de la obra de caridad. A Robert no le importó, se apiadó de ella sin contar con las consecuencias. Desde entonces es conocido en el barrio y se le tienen un gran respeto.
Siempre que alguien dice “hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar” Robert les contradice en su afirmación porque él vive para trabajar. Para Robert su vida sin su trabajo no diría nada de él, porque es como es por su trabajo, por lo que hace en él y por eso lo adora. Traslada sus virtudes y valores a todos los ámbitos de su vida y por eso se esfuerza en su trabajo cada día. No entiende a la gente que trabaja de sol a sol para poder vivir honradamente y no es capaz de disfrutar de su trabajo. Esas personas que desde que entran a trabajar están deseando que llegue la hora de salir de allí, como si fuera un sinvivir el tiempo que pasan de ocho a ocho, deberían cambiar su forma de vivir la vida, piensa.
Ese mismo viernes, como de costumbre, fue a cenar al restaurante habitual. Pidió lo de siempre: de entrante unos sabrosos “huevos rotos con foie”, y de plato “pulpo al pimentón con espuma de patata” sonaba todo muy exquisito, pero esa noche nuestro héroe no tenía apetito. La conversación de aquella noche le resultó chocante.
Curiosamente, hablaron del trabajo. Se sorprendió de lo que escuchó en aquella cena, sus colegas que tanto admiraba afirmaban escabullirse del trabajo en cuando tenían oportunidad y que solo estaban allí porque ganaban un "buen pico". En palabras de Phill: “la única razón por la que voy a trabajar a mi oficina es porque puedo deleitarme con el escote de mi secretaría”. Pero él no pensaba así, su trabajo era lo que le definía, le otorgaba la condición de “hombre de negocios”, por eso llevaba trajes caros e iba a restaurantes chic, además sabía que los demás le respetaban por su trabajo e incluso las personas más humildes le conocían. Había conseguido lo que para él era lo más importante en su vida: trabajar en lo que quería y le hacía feliz. La conversación continuó con los habituales insultos al señor Hammett (el jefe de la empresa), pero esta vez con más saña que nunca. Se decía que pensaba recortar la plantilla e incluso hasta que haría desaparecer algún departamento que creía poco beneficioso.
El lunes siguiente Sussie se encontraba tomando un café en su puesto de trabajo tratando de controlar el tic nervioso de su pierna, eran las 10:24, Robert no había llegado aún y lo que era más raro, ni siquiera había avisado de que llegaría más tarde. Phill había salido un momento, su cara no era esperanzadora.
-Es horrible...no me lo puedo creer.
En la mañana del lunes 16, la policía encontró a un hombre atado con una soga en el cuello bajo el puente de la calle Harrison. El hombre no alcanzaba los cuarenta y vestía con traje azul marino, seguramente vendido en la tienda de Joel&Jack, al parecer fue visto en una cafetería a pocos metros del lugar, el cuerpo olía extrañamente a aloe vera.